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sábado, 18 de julio de 2015

JULIO CÉSAR LONDOÑO 17 JUL 2015 - 3:58 PM

Una tarea pendiente

Julio César Londoño
CUANDO POR ALGUNA RAZÓN SE EScucha el grito “¡crisis en la educación!”, el ministro del ramo pide “evaluación de maestros” y los maestros escriben pancartas pidiendo reajuste de salarios.
Por: Julio César Londoño
Está bien. Evaluaciones y salarios son indicadores a considerar, sin duda, pero los profesores y el ministro deberían también filosofar y preguntarse, por ejemplo, qué es la educación. Y como la pregunta es tan amplia y el objeto tan escurridizo, pueden cercarlo con preguntas más sencillas: para qué se educa, quién educa, dónde lo hace, cuáles deben ser los contenidos centrales.
¿Para qué nos educamos? Para saber, por supuesto. Para saber por el saber mismo; porque sí, porque necesitamos satisfacer la bendita curiosidad de entender cosas y fenómenos. Una vez saciada la curiosidad, habrá que decidir si el conocimiento adquirido solo sirve para competir o si podemos utilizarlo también para ser solidarios. ¿Es absolutamente necesario decapitar al alumno que ayuda a sus compañeros en el examen? Y el error, ¿seguirá valiendo “cero”, o le daremos al fin un guarismo justo, uno que compense el esfuerzo que implica errar y su importancia en la historia de la ciencia? ¿Es posible criar el ornitorrinco negociante-filántropo, o reconocemos de una vez que el ser humano es una especie socialmente inviable y nos dejamos de ternuras?
¿Quién educa? Dejarle toda la carga al profesor es desperdiciar el enorme acervo de conocimientos que pueden tener los estudiantes: sus vivencias, el conocimiento de su entorno, su jerga, sus juegos y tragedias, su cine, su música, su microeconomía, su capacidad de soñar; es olvidar que también educa la familia y, especialmente, los amigos, “el parche”. El sistema educativo contemporáneo sigue siendo escolástico, binario y unidireccional: va del profesor al estudiante.
¿Dónde se educa? En la escuela, por supuesto, pero también en la casa, en la calle, en el parque y en esos espacios íntimos donde apenas caben dos… Y en la soledad, ese espacio tremendo y necesario a la vez, ese búnker que tanto amaron Pascal y Virginia Woolf.
¿Y los contenidos? Sería necio despreciar la rica tradición universal, esa magnífica parábola que fue balbucida en las cavernas, articulada en Súmer, cantada en Grecia y afinada en las plazas, los parlamentos y los laboratorios de Europa y Estados Unidos.
Pero no es menos necio ignorar los saberes, los quehaceres y las canciones de los koguis, emberas y ocainas; es vergonzoso conocer al dedillo la historia de Roma y desconocer la de nuestra ciudad. ¿Puede haber una empresa más humilde y necesaria que reconstruir la historia del barrio, la zaga de la familia? ¿Seguiremos creyendo que los ruiseñores cantan mejor en Hungría y que son más rojas las rosas de Alejandría? ¿Fue en vano que Gabo descubriera que la poesía es la energía secreta que cuece los garbanzos en la cocina?
Estos son los temas de fondo de la educación. Pero también hay unos “capítulos” que debemos estudiar para afinar el nivel del debate. Debemos conocer la historia de la educación en Colombia para saber, por ejemplo, que hace 40 años los colegios públicos eran mejores que los privados y que algunos incluso tenían fama internacional. Debemos conocer la “evolución” de la legislación educativa para entender las razones de la decadencia de los colegios públicos y evitar que corra la misma suerte la universidad pública. Uno debe, por amor al número y para tener contexto, conocer las cifras del sector en Colombia y el mundo.
Cuando hagamos estas tareas y logremos que la educación sea un tema no menos obsesivo que el fútbol, la moda, la paz o la política al detal, empezará a cambiar nuestra historia y mejorarán el fútbol, la moda y la política.

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